Un mito universal en la Galicia de hoy
DRAGAL es, ante todo, una saga de aventuras que integra importantes elementos mitológicos e históricos. Detrás de cada una de sus páginas hay un importante trabajo de documentación y lectura de numerosos libros sobre el pasado de Galicia, textos sobre magia, alquimia y astronomía.
La autora se documentó sobre los dragones que existen en las distintas culturas del planeta, pero también repasó sus viejos libros de latín, tuvo que ponerse al día en técnicas de espeleología, dar una vuelta a varios manuales de restauración de edificios, de emergencias médicas y hasta de prevención de incendios.
"Yo quería que mis novelas tuviesen unos cimientos sólidos sobre los que sustentarse"- advierte Elena Gallego Abad.
Así, DRAGAL ofrece varios niveles de lectura, tanto para adolescentes como para adultos. Se trata, al fin y al cabo, de una gran novela de aventuras, inspirada en algunos pasajes en aquellas historias que a su autora le gustaba leer cuando era una chiquilla.
En sus páginas es posible intuir la presencia de autores como Enid Blyton (Las aventuras de los Cinco), Julio Verne (Viaje al centro de la Tierra) o Emilio Salgari.
Pero los mayores defensores de la trilogía son los lectores adultos, en muchos casos profesores de institutos de enseñanza secundaria y bachillerato, que con DRAGAL redescubren la magia de la lectura y aspectos de nuestra cultura que desconocían.
A través de la saga se recupera el recuerdo de momentos importantes para Galicia, como la historia del Apóstol Santiago que se recoge en el Códice Calixtino, con la intervención de la reina Lupa y un dragón. El lector encontrará referencias astronómicas de la época de Ptolomeo y puede acercarse a la sabiduría de los alquimistas, Nicolas Flamel y la Piedra Filosofal.
Dragalízate!
Descubre esta saga fantástica en su versión original
Si sueñas con dragones, esta es tu aventura
Capítulo I
EL SECRETO
La sombra del dragón alcanzaba todos los rincones, aunque Adrián era el único que podía sentir su presencia. El poder de Dragal se manifestaría muy pronto, pero para aquellos que lo ignoraban solo era un día más, como cualquier otro.
Todos los alumnos de la clase aguardaban con expectación la llegada de doña Ermitas con las calificaciones del examen de Matemáticas. Sabían que, como siempre, haría su entrada en el aula apenas dos minutos después de sonar el timbre.
Ni un segundo antes ni después.
La vieja profesora apareció puntual, con su carpeta abrazada contra el regazo. Muy despacio, colgó la chaqueta de lana roja en el respaldo de la silla y, tras saludar a los presentes, comenzó a repartir las calificaciones por los pupitres.
—Antón… Sin comentarios. Nos veremos en la recuperación y, como sigamos así, también el año que viene.
—Teresa… Podías haberlo hecho mucho mejor.
—Breixo… Hay que usar la cabeza para algo más que para sujetar la gorra.
—Antía… Sigue así. Un ocho.
—Marta… En esta ocasión yo esperaba mucho más que un aprobado justito.
—Miguel… Bien, raspadito, pero algo es algo.
Mientras la maestra realizaba su recorrido entre las mesas, acercándose poquito a poco al fondo de la clase, Adrián observó a través de la ventana. Las gotas de lluvia golpeaban contra los cristales pero el chaval había fijado su mirada más allá, en la fachada de la vieja iglesia de San Pedro.
Encontró su silueta en la cornisa, como siempre, y sonrió cuando el viejo Dragal le guiñó el ojo con complicidad.
El resto de alumnos, ajenos a los movimientos del dragón de piedra, permanecían en absoluto silencio y muy atentos a cada gesto de su tutora. Doña Ermitas, también ignorante de lo sucedido, siguió repartiendo exámenes hasta llegar a la altura de Adrián.
La profesora detuvo entonces sus pasos y posó el folio, garabateado por las dos caras con la característica y diminuta letra del chaval, sobre su mesa. En el margen superior, a continuación de los datos del alumno, en rojo y resaltado con un gran círculo, destacaba un «10» que a Adrián le pareció grande como un mundo.
—Aun no sé cómo lo has conseguido, pero me has sorprendido gratamente —reconoció.
El rostro del chaval se iluminó con una sonrisa que le llegaba de oreja a oreja. ¡Un diez! Por el rabillo del ojo pudo ver cómo la silueta de Dragal se removía en la cornisa. Sí, el dragón de piedra tenía la facultad de leerle el pensamiento y ya conocía la noticia.